top of page

05/10/202O - PERDÓN Y RESTAURACIÓN

  • Dominio Público
  • 5 oct 2020
  • 4 Min. de lectura

ree

1ª Juan 1:9: Hermano mío, ¿Cómo te ha ido en tu lucha con la tentación? ¿Has experimentado el gozo de la victoria?


No es la voluntad de Dios que seas derrotado en esta lucha. Pero la victoria no es automática. Tu naturaleza pecaminosa no te ayuda. Como dice Santiago 1:14, somos tentados cuando de nuestra propia concupiscencia (es decir, de nuestros propios malos deseos) somos atraídos y seducidos.


Cuando recibiste a Cristo como tu Señor y Salvador, Dios produjo en ti un cambio maravilloso. Naciste de nuevo (Juan 3:1-3). Recibiste el Espíritu Santo como sello de tu salvación, y él ahora vive permanentemente en ti (Efesios 1:13, 14; Romanos 8:9, 16). Pero hay una cosa que Dios NO hizo. No te quitó tu naturaleza pecaminosa. Todavía tienes dentro de ti una inclinación natural hacia el pecado. Por tal motivo, no debes confiar nunca en tu propia capacidad para resistir la tentación.


Esta parece ser la más difícil de todas las lecciones que tenemos que aprender. ¿Qué pasa, entonces, cuando un creyente peca? ¿Y qué debe hacer cuando peca? Estas son las dos preguntas que ahora queremos contestar.


Cuando llegas a cometer algún pecado es probable que el diablo te acuse de no ser salvo. Procurará hacerte tener tanta vergüenza que ya no quieras asistir a los cultos de la iglesia ni frecuentar el compañerismo de tus hermanos en la fe. Pero no le hagas caso. Recuerda que no hay verdad en el diablo porque es “mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44).


¡No! No hay que hacer caso de las acusaciones del diablo. Pero sí hay que entender que el pecado siempre trae consecuencias serias. No hay pecados insignificantes. Cualquier pecado interrumpe nuestra comunión con Dios. Por esto, cuando pecas te sientes mal. No pierdes tu salvación, pero sí pierdes de momento el gozo de tu salvación. Cuando pecas no dejas de ser hijo de Dios, pero te haces un hijo desobediente. Por lo tanto, necesitas arreglar cuentas con tu Padre a quien has ofendido.


Te preguntas cómo puedes arreglar tus cuentas con el Señor? La respuesta está en 1ª Juan 1:9. Necesitas aprender de memoria este breve texto. Dice: “Si confesamos nuestros pecados, él (Dios) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Entonces, cuando pecas, hay dos cosas que hacer, confesar tus pecados a Dios y confiar en su promesa de perdonar y limpiar.


En relación con la confesión hay dos cosas que tomar en cuenta. La primera es que la confesión de nuestros pecados debe ser hecha directamente a Dios. Y la segunda es que debe ser hecha prontamente.


Debemos confesar nuestros pecados directamente a Dios porque contra Dios hemos pecado. Siendo Dios la persona ofendida nuestra confesión debe ir dirigida directamente a él. En ninguna parte de la Biblia existe la orden de confesar los pecados al oído de un sacerdote humano. El rey David, al arrepentirse de su doble pecado de adulterio y homicidio, clamó con angustia a Dios, diciendo: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos (Salmo 51:4). En tal virtud, procedió a confesarse directamente con Dios. “Mi pecado te declaré”, dice en el Salmo 32:5, “y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová …”

Claro está que cuando se ofende a un prójimo, hay que confesarle también a él la falta cometida. Véase Mateo 5:23, 24 y Santiago 5:16. En tales casos procede no sólo la confesión a Dios, sino también la reconciliación con el hermano.


Pero siempre procede una confesión directa a Dios. Pero además de ser hecha directamente a Dios, la confesión de nuestros pecados debe ser hecha lo más pronto posible. Tan pronto como eres consciente de haber ofendido a Dios, en ese mismo instante debes detenerte para confesarle el pecado cometido. Cualquier pecado rompe nuestra comunión con Dios. En Isaías 59:2 leemos: “…vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír”. Por lo tanto, no debes permitir que tal condición de separación continúe ni un momento más.


Y no es necesario que continúe. Puedes ser restaurado a una vida de comunión con Dios. ¿Qué dice 1ª Juan 1:9? “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”


Entonces, después de haber confesado tus pecados al Señor, debes confiar plenamente en su promesa. Debes aceptar por fe el hecho de tu perdón y limpieza. Y sabiendo que Dios no miente, debes tener por cierto que te ha cumplido su promesa y debes darle gracias por ello. La seguridad de tu perdón no depende del testimonio de tus sentimientos. Estos son muy cambiadizos. Tu seguridad dependedel testimonio de la Palabra de Dios. Esto nunca cambia.

Por el amor inmerecido de Dios hay perdón y limpieza para el creyente que confiesa y confía. Pero esto no debe ser motivo para conformarnos con una vida de continuas caídas y restauraciones. ¡De ninguna manera! Dios tiene para nosotros algo mejor. Como nos dice Proverbios 4:18, “la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”.

Comentarios


bottom of page